domingo, 7 de abril de 2019

La formación de Leonardo

Leonardo da Vinci fue uno de los hombres más polifacéticos que jamás han existido. Fueron muchos los campos en los que desarrolló su conocimiento, lo cual dejó plasmado en sus obras. La mayoría son accesibles para todos a través de Internet.

Estas obras tan complejas nos introducen en su mente y forma de vida, ya que en ellas se puede leer al Leonardo más teórico, que divaga como filósofo y experimenta como científico, pero también al hombre que anota los pagos que recibe y anota la lista de la compra. 500 años después de su muerte, lo extraordinario de su mente sigue despertando la curiosidad entre quienes le estudiamos y admiramos.

A día de hoy, hay quien ha resaltado la faceta “iletrada” de Leonardo. Esto se debe a que él mismo se describía como Omo sanza lettere. Esta expresión puede ser una paradoja en su vida, pues, por una parte, Leonardo se sentía orgulloso de ello. Era la manera en la que se enfrentaba a sus observaciones, libre de las teorías de otros. Aunque por otra parte, cuando buceamos en sus escritos, vemos que no duda en citar a los sabios de la antigüedad como Aristóteles, Pitágoras o Plinio.

La bottega de Verrochio fue una fuente de conocimientos para él. Era el mejor taller de Florencia. Pero la curiosidad de Leonardo no se limitó a la información que podía obtener aquí, y tomó contacto con el círculo de la Academia de Ficino, lugar de encuentro de grandes intelectuales de Florencia. Referente que, más adelante, le llevará a la fundación en Milán de la Academia Leonardo da Vinci, de la que formaban parte grandes intelectuales de la época como Bramante o Luca Pacioli.

Sin duda, Leonardo no era una persona iletrada. El hecho de que no recibiera formación reglada no quiere decir que él mismo, a lo largo de su vida, no se preocupara por autoformarse. Al leer sus fuentes, puede verse la evolución en su formación.

Si buceamos entre los documentos de su primera época florentina, podemos encontrar listados de personajes importantes a los que probablemente consideraba referentes intelectuales, como a Carlo Marmocchi (ingeniero y matemático), o Benedetto de l’Abaco (matemático florentino) (Códice Atlántico, f. 42v). Aquí ya vemos una selección del conocimiento que deseaba adquirir, así como sus intereses.


Para observar su autoaprendizaje también es necesario tener en cuenta los libros que leía.

En el Códice Trivulziano, documento que escribió durante su primera época de Milán, se puede leer una pequeña lista de nombres que aluden a autores como Aelius Donato, que escribió sobre gramática y sintaxis latina, pero también a Plinio (Códice Trivulziano, f. 2r). Además hay listados enormes de vocablos latinos que probablemente utilizara para aprender esta lengua (como, por ejemplo, Códice Trivulziano, f. 12r), ya que el latín era la lengua en la que estaban escritos múltiples textos a los que Leonardo deseaba acceder.



En el Códice Madrid II 2v-3r, es donde podemos encontrar su lista más extensa de libros. La lista se titula Memoria de los libros que dejo guardado en el arcón. Se trata de una lista de 116 libros de diferentes materias, entre los que había libros escritos en latín, como Fasciculus medicinae, de Johannes de Ketham.


Su infinita curiosidad siempre le llevó a la experimentación y a la observación, y decía no creer nada que no viniera de sus sentidos, como buen aristotélico. Pero sin duda, al estudiar su vida vemos que siempre se rodeó de buenos maestros en diferentes disciplinas y de una buena colección de libros sobre todo tipo de conocimiento. Tanto es así, que incluso estando trabajando con César Borgia, como botín de guerra solicitó obras de Arquímedes, "el Arquímedes del obispo de Padua” (Manuscrito L, f. 94v).